En lo que va del 2024, los incendios han arrasado miles de hectáreas en Sudamérica. Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú y Paraguay han sido testigos de cómo el fuego influye directamente sobre la biodiversidad, la calidad del aire y la salud de las personas. Pero al listado de impactos adversos de estos desastres se le suma el efecto directo sobre el ciclo hidrológico y el suministro de agua.
Los focos ígneos perjudican el ciclo del agua influyendo en los patrones de precipitación, destruyendo la vegetación que normalmente absorbería y retendría el líquido y acelerando la evaporación. Pero también conducen a una menor disponibilidad de ese recurso vital, incluso años después del evento.
Los incendios forestales afectan el ciclo del agua, el proceso a través del cual ese recurso se desplaza entre la superficie de la Tierra y la atmósfera, que ayuda a regular su distribución, que sustenta los ecosistemas e influye en los patrones meteorológicos y el clima.
Uno de estos cambios ocurre cuando los incendios destruyen la vegetación que en condiciones adecuadas retendría el agua. Sin ella, el suelo queda más expuesto y aumenta la tasa de evaporación, lo que, sumado a las altas temperaturas provocadas por las llamas, “lleva a una menor disponibilidad de ese recurso en las regiones afectadas”. La humedad del ambiente también se resiente.
Además, la destrucción de la vegetación provocada por estos siniestros conlleva una mayor erosión del suelo, lo que genera más escorrentía de agua pluvial (ya que el suelo se torna menos capaz de absorber agua). En consecuencia, las inundaciones pueden volverse más repentinas e intensas.
Sumado a eso, las partículas diminutas contenidas en el humo y las cenizas facilitan la formación de nubes al proporcionar superficies sobre las que se puede condensar el vapor de agua. Sin embargo, su presencia excesiva puede provocar la formación de gotitas más pequeñas y numerosas en lugar de pocas más grandes. “Este fenómeno puede alterar las propiedades de las nubes y potencialmente reducir la eficiencia de las precipitaciones, lo que afecta los patrones climáticos locales y regionales”.
Se suma que “la alteración de la formación de nubes debido a los núcleos de condensación de nubes inducida por incendios forestales puede afectar la distribución e intensidad de la precipitación, lo que puede provocar cambios en la hidrología local”.
Cuando se producen las quemas, las cenizas y los contaminantes asociados (incluidos metales pesados como el mercurio y el plomo) se depositan en arroyos, lagos y embalses de agua. Igualmente, las precipitaciones posteriores arrastran esas partículas a los cursos de agua, explica la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos.
Esto compromete la calidad del agua, se convierte en un riesgo para la salud humana y animal, y altera los ecosistemas acuáticos, agrega la Asociación de Jefes de Bomberos del Oeste. El Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés) advierte que esto ocurre tanto durante la quema activa como en los meses y años posteriores.
Sumado a eso, “la afluencia de nutrientes procedentes de las cenizas puede favorecer la proliferación de algas nocivas, que degradan aún más la calidad del agua y pueden ser tóxicas tanto para los seres humanos como para la fauna”.
Otra manera en que los incendios forestales inciden en la disponibilidad de agua ocurre en las regiones que dependen de la capa de nieve invernal para su abastecimiento. Dado que el fuego puede alterar los flujos de agua generando inundaciones y sequías más intensas, los organismos encargados de gestionar los sistemas de almacenamiento y tratamiento se enfrentan a importantes retos para la gestión del agua.
Fuente: Redacción National Geographic